viernes, mayo 3

Para algunos comunicadores opinar es una afrenta antes que un derecho

Por: Germán Navas Talero y Pablo Ceballos Navas

Editor: Francisco Cristancho R.

Saturarse de falsedades no es equivalente a estar bien informado.

El escándalo que intentaron armarle al doctor Gregorio Oviedo –y por consiguiente a la doctora Amelia Pérez, opcionada para ser la próxima fiscal en propiedad– por denunciar en su oportunidad las vagabunderías de quienes detentaban poder político dan cuenta del estado cada vez más pobre de la discusión pública en Colombia y del cubrimiento que hacen algunos medios sobre esta. 

El que es un ejercicio meridiano de la libertad de expresión, que le asiste a Oviedo tanto como a cualquier ciudadano privado, se tornó en “cuestionamientos”, “señalamientos”, “intimidaciones”, “ataques” y “polémicas declaraciones” por cuenta de algunos comunicadores que son tan desconocedores del lenguaje como de sus derechos. Para sorpresa de nadie, esta andanada contra Oviedo, preparada con suficiente antelación y que se echó a andar apenas dos días después del avance de Pérez en la segunda ronda de votación, hizo mella en algunos despachos, mismos que no hallaron objeción en elegir para el cargo de fiscal general a quien declaraba en público y en privado que era compañero de colegio y amigo cercano de su nominador, el entonces presidente Iván Duque. 

Lo que hizo Oviedo, además de protegido por la Constitución, es la demostración de un carácter íntegro, sincero y valiente, porque decir lo que él ha dicho no es propio de cualquier chisgarabís. Se mostró afligida y preocupada la periodista sin tesis que espeta insidias por las mañanas mientras leía un tuit de Oviedo que parece semblanza: “Darcy Quinn parece ser la punta de lanza que utiliza el fiscal para sus anuncios mediáticos. Aquella anticipa la información dejando un margen de duda, y luego este la oficializa, sin evidencias, solo conjeturas”. 

Impulsado por el sinsentido y la bronca –que es lo único que entiende– el representante a la Cámara Miguel Polo Polo tuvo la genial idea de judicializar el debate público e informó que denunciará a Oviedo por haberlo llamado “esclavo” en un tuit. Antes de dar nuestra opinión, veamos el comentario: “Otra muestra de la ignorancia política que nos aqueja: Regina 11, Carlos Moreno de Caro, Díaz el lustrabotas concejal de Bogotá, manguito, y ahora a cambio de uno, dos, JPHernández y Polo Polo, este último con ñapa: encarna al esclavo moderno al servicio de esclavistas feudales”. Aunque a la fecha se desconoce la calificación jurídica de su denuncia, probablemente porque en su UTL no hay quien se la redacte por la mísera remuneración que les queda después de pagar los presuntos cobros a su empleador, aventuramos que tratará sobre el delito de discriminación, por lo que nos preguntamos, ¿acaso la relación de Polo Polo con María Fernanda Cabal, quien participó activamente en la campaña de aquel en conjunto con su hijo, no denota la sumisión de Polo Polo al poderío económico –producto de la acumulación de tierra– de la familia Lafaurie Cabal? 

Y ya que mencionamos ese apellido en bis de ingrata recordación, conocimos que misteriosamente no se presentaron a la audiencia de recepción de testimonios ante el Consejo de Estado tres miembros de su Unidad de Trabajo Legislativo, sin que se conozca el motivo de su inasistencia. ¿Por qué será que a algunos les produce tanto temor decir la verdad? ¿Cómo es que son tan valientes para enfrentarse al desvalido, pero tan cobardes para hacer lo propio con un ‘poderoso’? ¿Por qué se acobardan cuando se les pide contar las cosas como son? ¿Por qué les es más fácil calumniar, injuriar, ocultar o mentir? Siendo ambos colombianos de nacimiento y residentes en el país, los autores hemos llegado a la conclusión de que este es un país de matones cobardes. Y es justamente por ello que las opiniones de Gregorio Oviedo les molestan tanto a algunos, así como les disgustaron las de Fernando Vallejo o las de Gabriel García Márquez en su momento: porque no temen ni se acobardan y porque asumen los ultrajes y los rechazos con la irrelevancia que les es debida. 

A la misma diligencia ante el alto tribunal tampoco asistió el congresista, haciendo gala de la rudeza que precede al desconocimiento que tiene sobre el poder público. Es por ello que no produce sino risa –y algo de grima– escuchar a este personaje decir que “vamos a hacer respetar la Corte Suprema de Justicia a las buenas o [a] las malas” cuando ni siquiera tuvo el decoro de asistir a una citación de carácter obligatorio en ese Palacio de Justicia que a la fecha no conoce.

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